miércoles, 24 de septiembre de 2014

BOGOTA A DIEZ MINUTOS




 La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla.
Gabriel García Marquez



Diez minutos para un cambio, porque aun cuando la ciudad pudiera tener un parecido con Caracas, (tiene un mini Ávila que lo protege por el Este y que en realidad es parte de la cordillera Oriental de los Andes),  el clima es distinto; es más frío; la temperatura varía entre 8 y 20 grados, además está a más de 1600 metros sobre el nivel del mar, así que mucha gente sufre alguna manifestación del mal de altura apenas se baja del avión.
 
Conseguir boleto aéreo no es tan sencillo y más en estos tiempos, pero finalmente logré confirmación en Avianca, (también Copa vuela directo), que salió a tiempo para hacer la travesía de una hora y treinta minutos que es en realidad lo que nos separa de la capital neogranadina.
Llegué al Hotel Cité por recomendación de una amiga.  Un hotel muy bien ubicado, tipo boutique, que atiende una clientela más bien de negocios; un poco como todos lo de esa categoría, porque visité el Morrison y el  Charleston, e igualmente me pareció que tenían ambiente de trabajo. Todos estos están ubicados en la Zona Rosa.

El hotel da a un parque que se llama Parque El Virrey hacia donde miran todas habitaciones. Hay cuartos que están más alejados de la calle (Carrera 15) que son los más tranquilos.  Al otro lado del parque hay un café que te da la absoluta sensación de estar sentada en algún café en Madrid.

En Bogotá, las vías que van de Este a Oeste se llaman Calles y las que van de Norte a Sur se llaman Carreras, y luego están los números que las acompañan. Es supuestamente facilísimo para ubicarse y la verdad que parece organizado.

Necesitas un amigo que allá o a un bogotano de nacimiento, que te recomiende los lugares más nuevos o más de moda, y así aprovechar mejor el tiempo, porque Bogotá tiene excelentes restaurantes y es muy agradable para andar a pie y de esa manera te rinde más el tiempo. Sin duda pienso que tener un amigo en  cualquier ciudad del mundo que visites es un privilegio.

En cuanto a la parte turística, es esencial visitar el Centro Histórico. Se llega en taxi y después lo recorres a pie. Me quedé frente al Museo de Botero que literalmente es de él. Exhibe algunas de sus obras y además tiene parte de su colección personal que es sorprendentemente valiosa. Al lado queda el Museo de Arte del Banco de la República y también La Casa de la Moneda. Luego el mismo taxi nos acercó al Museo del Oro. Visita infaltable. Esta muy, muy bien montado. Tiene una buena muestra de piezas extraordinarias, celosamente cuidadas por unas puertas de bóveda que se ven indestructibles. Al salir caminas por calles peatonales hasta llegar a la Plaza de Bolívar con la Catedral de Bogotá a un lado.

Me faltó subir en el teleférico a Monserrate. La vista panorámica desde la terraza del hotel me relevó del  ascenso y la cola.

Al terminar mi recorrido cultural, regresé a la Zona Rosa a almorzar. No me equivoqué al seguir recomendaciones. Di Lucca estuvo delicioso. Un restaurante italiano con una terraza sobre la calle de la que solo lo separan unos vidrios, así que uno está expuesto a ser visto en cualquier momento. Sugiero escoger bien con quien te sientas a comer, ya que obviamente estarás a riesgo de cualquier chisme. En la noche comimos peruano en Rafael. Excelente ambiente y menú!

En Bogotá hay muchos restaurantes y tuve poco tiempo para disfrutarlos, aunque  creo que  cuatro noches le rinde algo de honor a la ciudad de Nariño, así que deberás elegir de la larga lista de los “buenísimos” que hay.

Como para no ceder al cansancio,  en la noche nos aventuramos a la “Zona T”, que son dos calles peatonales que se intersectan formando la letra que le da el nombre.  Hicimos un tour de bares, del cual me llevé una amnesia temporal quizás provocada por una mezcla entre la altura de la ciudad y la degustación de aguardientes,  y que me impidió llevarme los nombres de los lugares visitados, pero no dudaría en decir que descubran la zona por ustedes mismos.

La mañana siguiente estábamos un poco golpeados por los excesos, así que la dedicamos a turistear; llegamos en taxi hasta lo  más alto, el Parque del Museo del Chicó, y de ahí fuimos comenzamos a bajar. Pasamos por el Centro Comercial Andino, la calle de los anticuarios y finalmente en el  Parque de la 93,  rodeado de restaurantes por sus cuatros lados y en el que me cuentan que hacen noches de cine con una pantalla gigante y la gente lleva sus cojines y disfruta de películas para luego cenar algo en los lugares que de alrededor. Descansamos en Gato Negro, y aprovechamos para probar los recomendados jugos de lulo y de mandarina, y eso nos abrió el apetito para luego subir a almorzar al Club Colombia. Un casona muy agradable y llena de gente con dos terrazas a los lados. Quería comerme un ajiaco, la sopa típica bogotana, pero sucumbimos a los chicharrones y las empanaditas. Cuando llegó el plato principal, todos esperábamos el postre. Una noche más en la que la cena se veía lejos. Aún así esa noche subimos a Usaquén, una zona de Bogotá que se me pareció a El Hatillo. Casi nos congelamos en el paseo. La temperatura no pasó los diez grados. Llegamos a nuestro punto de encuentro: Cevichería La Mar, de los dueños del famoso restaurant del mismo nombre en Lima pero que se le va largo por delante. Muy moderno, de techos altísimos, floreros alargados con impecables arreglos de flores blancas como el resto de la decoración. La comida excepcional. Langostas, langostinos gigantes y por supuesto sushi preparado de forma exquisita y con los mejores ingredientes del lejano mar.

También almorzamos en Bandido, me gustó el ambiente local, para nada turístico, para comer relajado en la terraza climatizada con los faroles esos inmensos que generan calor. Buena carta de vinos franceses y comida con esa inclinación. En la noche: Zona T. Dónde? Donde sea, caminamos entre tiendas y bares. Muchísima onda y todo muy vanguardista.

Nuestro último día en Bogotá, cayó domingo, y aunque el chofer desaconsejó salir de la ciudad por el tráfico, decidimos alejarnos una hora hasta Zipaquirá a conocer la Catedral de Sal. Sorprendente, algo que no visto en ninguno de los lugares que he visitado antes. Me encantó la iluminación que había en el oscuro lugar, que llega a estar hasta doscientos metros bajo tierra. Valió la pena el trafico, en especial por la zona del cementerio.

Cuando la gente del pueblo intente convencerlos de almorzar en alguno de los restaurantes del lugar, no se dejen. Tienen que ir a Andrés Carne de Res. Había oído mucho de Andrés antes de conocer Bogotá y decían tanto que dudé si ir. Me sonaba tan turístico, pero nooo estaba equivocada, es buenísimo y de hecho el domingo no es el mejor día y, atención:  abre solo de jueves a domingo, por lo menos el que queda en Chía, el original. La comida es riquísima, todo, absolutamente todo estuvo delicioso, pero nos sugirieron que pidiéramos lomo al trapo y no nos defraudó para nada. Lo sorprendente es que el lugar alberga como dos mil personas. Eso si, hay que ir para divertirse. Cero abstemios.

Finalmente, no puede terminar sin decir que Bogotá me pareció caro. Sorprendentemente costosos los restaurantes, así como las tiendas; la ropa de diseñadores locales tipo Pepa Pombo, Bettina Spitz, Bendita Seas y los centros comerciales Andino y El Retiro, que son una muestra de lo más sofisticado en tiendas locales e internacionales tienen precios altos. Busqué con desespero una tienda de souvenires. Tenía que regresar con algún recuerdo de allá, pero no encontré nada. Tardé averigüe que existe el Market, una enorme tienda de artesanías y cosas tradicionales de Colombia. Tendré entonces que volver para comprar esos detalles que me faltaron.

Ni pensarlo, me vuelven a proponer un viajecito a Bogotá y ni lo dudo…en diez minutos estoy allá.

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