lunes, 12 de mayo de 2014

INDIA

CRÓNICA DE UN VIAJE ESPERADO


...viaje con nosotros, le trataremos como a una vaca (Air India)

Para empezar, escogí diciembre como la época ideal. Había estudiado el clima y sin duda la más fría del año era la ideal; escondía los olores que tanto parecían asustar a los viajeros, solapaba el sucio entre las neblinas, y el azul del cielo templado de fin de año parecía exaltar los colores de los saris, las flores y los estucos de los templos.
DELHI
Llegamos a Delhi  casi de madrugada.  En el aeropuerto nos esperaba el guía y ahora nuestro amigo, Prasanna Gautam. Fue el primer contacto con la calidez del indio. Amable en todo momento, atento ante cualquier petición. Tranquilo y apacible aún cuando tenía que confrontar quejas o complicaciones, y siempre con una sonrisa en el rostro. Nos llevó a nuestro autobús que para ese momento se veía como uno cualquiera, pero que más tarde descubriríamos que sería una suerte de hogar ambulante. 
Ese primer recorrido en penumbra lo único que nos permitió ver fue que Delhi es un ciudad que no duerme. Las calles repletas de gente como hormigas, llevando cosas de un lado a otro, cruzando las calles como si fueran los jardines de sus casa sin mirar a los lados e ignorantes de las máquinas que les pasaban rasantes y que ellos parecían percibir como algo más que alguno de los elefantes o vacas que merodeaban adueñados de las calles y aceras como los verdaderos jefes de esos predios.
Llegamos al hotel Oberoi. Todo un lujo de recepción. Nos dieron la bienvenida entregándonos guirnaldas de aromáticas flores de jazmín y también poniéndonos en la frente la tilaka o bindi que usan las mujeres hinduesAgotados nos fuimos a nuestras habitaciones.
Todo estaba planeado para despertar tarde y así empezar a acomodar el horario a la nueva realidad asiática. Desayunamos un apoteósico manjar indio sin dejar a un lado las delicias tradicionales de un desayuno americano, así que entre panes picantes, yogures y frutas salimos a comenzar a formar parte de los mil millones de personas que hacen de esta vasta tierra su lugar de vida.  
El Tour de la ciudad  es algo que con el tiempo y los viajes he comenzado casi a aborrecer. Los lugares más visitados por tradición se han convertido para mí en los predilectos para ignorar, pero se me hizo difícil en Delhi y en las ciudades que siguieron y la única solución que encontré fue intentar pasar un poco más de tiempo en cada lugar para compartir el deber con el placer. 





Comenzamos visitando la Mezquita Jama Masjid, la más grande de la India, en el viejo Delhi en el barrio de Chandni Chowk, donde nos subimos en los carritos rickshaw que para deleite de todos nos llevaron como en una carrera de obstáculos entre carretillas con mercancía, perros, vacas y gente, siempre mucha gente. Pasamos por infinidad de puestos de comidas rápida estilo hindú de aromas nuevos y extraños, tiendas de especies con sus tobos de variados y resplandecientes polvillos de curry y otras especies, tiendas de telas coloridas cuyos bordados brillaban llenos de fantástica pedrería y entre ellos, puestos de barbería y dentistas con sus clientes y pacientes sentados disfrutando el paso de la gente por esas estrechas calles mientras les era extraída una muela o cortado su pelo. Vimos pasar un cortejo fúnebre con un muerto cubierto por una tela blanca y rodeado de flores amarillas  sostenido por hombres delgados que caminaban descalzos  con un paso rítmico en camino a la pira municipal. Mas tarde nos subimos en nuestro animal moderno donde fuimos saludados por Mohan y su ayudante Sonny quien parecía un recolector de pasaje de un “carrito por puesto” caraqueño, ya que no hacía nada más que acompañar a nuestro sosegado y alegre conductor. Desde ahí arriba vimos el lento pasar del cuerpo sin vida de un hombre que seguramente ahora está viviendo en el cuerpo de una hormiga o con suerte de algún animal un poco más grande.



Seguimos camino al Qutub Minar donde están los restos de un minarete símbolo del poderío mogol de cinco siglos atrás, hasta la instauración de la democracia en la India y cuyo origen han permanecido bajo un velo de misterio. Nuestra guía local nos da una larga explicación del paso de estos invasores en tierra hindú, sus conquistas  y las costumbres que trajeron del norte.
Nuevamente con apetito, decidimos almorzar en una panadería local del lado de Nueva Delhi que es totalmente otra cosa, limpia, con calles anchas; son como dos ciudades distintas. Aprovechamos de probar sándwiches, croissant locales y todo tipo de pasta seca.
Continuamos hacia los predios de la tumba de Humayun, un templo mogol de tenues tonos rojizos y ejemplo importante de la arquitectura imperial de los mogoles. Para terminar la tarde turística fuimos,  al Raj Ghat, el monumento erigido en honor a Gandhi alrededor del sitio de su cremación, en las riberas del Ganges.  Como hicimos este viaje a sólo un mes del bombardeo en Mumbai el turismo foráneo estaba en su nivel más bajo, pero la industria local es tan grande que el lugar estaba lleno. Parejas de jóvenes, niños vestidos a la usanza de Gandhi, grupos de mujeres. De repente un grupito de niñitos inquietos decidió hacer de nosotros su diversión de la tarde y nos persiguieron pidiéndonos dinero. Prasanna nos alertó que no debíamos darle limosna, así que entre fotos y sonrisas nos fuimos alejando en dirección a nuestro autobús, no sin antes sucumbir al lamento infantil y dejarles algunas pocas rupias. Ya en la carretera de regreso al hotel nos dimos cuenta que estábamos rodeados de un enjambre de niños. Nos venían siguiendo desde varios kilómetros atrás. En un semáforo se subieron intentando llegar a las ventanas. Terminamos entregándoles parte de las chucherías que trajimos desde aquí y que teníamos dentro. Los niños nuestros decidieron relacionarse con sus pares asiáticos, ambos grupos se entretuvieron mirándose. Los indios hacían maromas para divertirlos. Actos acrobáticos sorprendentes. Consiguieron un mono y lo subían con un palo hasta que llegaba a estar cara a cara con los niños, sólo separados por el cristal. 



Esta es Delhi, la capital del segundo país más poblado del mundo.
En la noche salimos a cenar a un restaurante de comida hindú de la región  de Cachemira. Veda en el Inner Circle de Connaught Place. Comimos como maharajás. Sabores sublimes. Inolvidables. Regresamos exhaustos, tristes de darnos cuenta que nos faltaba mucho por ver, pero preparados para seguir camino hacia Agra. 

AGRA

En una mañana neblinosa y como aventureros de otros tiempos nos encaminamos a cinco horas de recorrido, doscientos kilómetros al sur. Nuestro destino el Taj Mahal. Salir de la ciudad fue sorprendentemente difícil. Había un trafico endemoniante. Miles de personas literalmente, cruzando las calles. Elefantes con carga pesada en sus lomos. No puedo dejar de sorprenderme con esto.  Me volví fanática de estos exóticos paisajes pseudo urbanos. El camino parecía que nunca iba a terminar, pero nuestra casa con ruedas se convirtió en algo tan divertido, que resultó hasta placentero el transcurrir de las horas allí dentro. Éramos dieciséis personas y había unos cuarenta puestos, así que se convirtió en un deporte infantil el variar constantemente de puesto. Los grandes leíamos, conversábamos, dormíamos o mirábamos por las ventanas hacia fuera. La gente parecía igualmente sorprendida con nosotros y disfrutaba nuestro paso por sus calles sucias y coloridas a la misma vez. Fue difícil soltar la cámara de fotos. Todo merecía ser captado por el lente. Fueron tantas las imágenes que no me cabían en la mente, así que aproveché la memoria externa que ofrece mi cámara para guardar algunas y disfrutarlas a mi regreso.
En ruta nos paramos en el templo Sikandra, donde yace la tumba de otro Emperador mogol, Akbar y está permanentemente custodiada por una legión de monos, que esperan a los visitantes sentados en un muro en la entrada moviendo sus colas y observando con caras desconfiadas a todos los osan entrar. Allí conocimos a Rafael, nuestro guía local por los siguientes dos días. 

Rafael nos distrajo horrores. Era un profesor nato. Nos repetía las historias como mínimo diez veces. Intentaba asegurarse que todos hubiéramos comprendido y que nos hubiéramos situado cronológicamente. Nos resultó muy divertido, además que era la versión india de un familiar cercano y de allí el nombre con el que, al estrecharnos las manos, lo bautizamos. Juro que no he olvidado ninguna de sus palabras. 
Al atardecer llegamos a Agra,  la tierra que vio nacer la magnífica tumba de Mumtaz Mahal.  Las habitaciones de nuestro hotel tienen vista al imponente Taj Mahal.  El hotel es de un lujo difícil de describir,  tiene un ambiente tranquilo y sereno, con atención impecable, sin zalamerías, ni excesos.  Sorprende enormemente el contraste entre la vida fuera de los predios del hotel y la que se desarrolla allí dentro. Me gusta esta forma de conocer la  India, pero entiendo que no siempre es posible.  Vivir  como un miembro del Raj británico y a la vez convivir con el pueblo raso, todo a la misma vez. Ambas indias son verdaderas y ambas hay que conocerlas. Quizás es la clave de éxito. Para reconfirmar mi tesis, me anoté en una terapia ayurvédica donde eligieron por mi, los aceites adecuados para lograr el balance de las energías de mi cuerpo o al menos de eso me convencieron. Al salir sentí una harmonía nueva entre cuerpo y alma y casi hipnotizada por las sensaciones, decidí repetir el tratamiento la noche siguiente.

Nos  levantamos muy temprano,  antes del amanecer. Había algo muy particular en la visita al Taj  Mahal. Para los que hemos viajado y además nos hemos dedicado a la industria turística, resulta quizás un cliché este monumento. Llegué a Agra con esa sensación,  pero no, el lugar te gana, te enamora. Nadie puede imaginarlo, sólo puedes sentirlo parada allí. Es una perfecta amalgama de sensaciones. Todas juntas provocan el efecto por el cual el templo es casi venerado aún siendo la tumba de una reina. 
Atravesamos el umbral del templo que antecede al Taj Mahal y nos quedamos atónitos al constatar que el monumento había desaparecido. La bruma era tan densa que sólo a dos o tres metros de distancia se podía ver el edificio. 
Durante el día visitamos el Fuerte Rojo pero insistimos en llevarnos un recuerdo final de este lugar magnífico y una vez más volvimos al Taj Mahal.
Nuevamente de viaje, ésta vez partimos preparados para uno largo, en dirección a la selva. Vamos a Ranthambore. El parque donde se encuentra la reserva más grande de tigres de la India.

FATEHPUR SIKRI

En ruta nos detenemos en Fatehpur Sikri, antigua ciudad abandonada por falta de agua potable. La historia contada por Rafael es tan vívida que nos fascina. Pasamos varias horas sintiéndonos parte de un harem, algún maharajá y uno que otro esclavo.
Subimos a lo que ya habíamos asumido como nuestro hogar. Llevábamos casi 3 horas de camino y nos esperaban todavía unas seis más. Es difícil describir cómo puede un autobús con comodidades limitadas convertirse en un espacio de felicidad, de risas y a la vez de serenidad y sosiego. Creo que ya nos fuimos contagiando del ser hindú. Dentro el autobús estaba decorado con variados y muy coloridos afiches de dioses hindúes. Prasanna se ocupó de explicarnos brevemente quienes eran y qué representaban. Los tres grandes son infaltables en cualquier casa, Brahma, Vishnu y Shiva, pero también está Ganesha. Nos encantó ese elefante que representaba a la sabiduría. Terminamos comprendiendo que en un país con una población como la de la India, es lógico que haya miles de dioses a quienes adorar. Nuestros recién adquiridos conocimientos de religión asiática nos llevaron a comprender un poco mejor las reencarnaciones y los karmas. El tema se volvió seductor. 
Nuestro padres adoptivos en la India, Prasanna, Mohan y Sonny  nos tenían preparada una sorpresa. Para ellos, un inteligente plan urdido a nuestras espaldas. Habían alquilado una película que se desarrolla la ciudad olvidada que acabamos de visitar y que dura casi cuatro horas. Nos quedamos hechizados con la historia de amor entre Jodha y el Emperador Akbar. Hasta los niños están embelezados con esa pequeña pantalla que nos hizo enamorarnos de nuevo. 
Comenzó a anochecer mientras atravesábamos pueblos de gente que no descansa y los que sí lo hacían, tenían sus camas sobre las aceras. Nuestra gran residencia con ruedas se crecía  al saberse dueña del camino. Todos los otros vehículos se detenían para darnos paso en una carretera de una sola vía pero circulada por vehículos que van y vienen en ambas direcciones. Nuestros maestros nos aclaran humildemente que no somos reyes, ni emperadores de épocas modernas sino que allí impera la ley del más grande. Ellos no se detienen nunca, ignoran los frenos. Jerárquicamente coronamos la pirámide. Por debajo nuestro están los bellísimamente decorados camiones de carga, los autos, las motos, las carretas tiradas por bueyes y por último y literalmente despreciados, están los peatones.





RANTHAMBORE

Llegamos al misterioso y romántico coto de caza de los antiguos maharajá de Jaipur. Tierra de Kipling y del tigre bengala. Salimos a nuestro primer safari con el asomo del primer rayo de sol. No podíamos creer la temperatura que hacía pero los pobladores del cercano pueblo de Sawai Madhopur sí que la conocen, a las puertas de la entrada del parque nacional nos esperaban vendedores ambulantes de guantes y gorros que nosotros compramos con entusiasmo e imperiosa necesidad. Así camuflajeados dentro de gruesos tejidos  de colores tierra y verdes abrimos las páginas del libro de la selva y nos adentramos en él.  Nos fuimos tropezando con templos dedicados a dioses y deidades que habían sido devorados por una vegetación que se adueña de todo. Nos invadieron una mezcla de aromas a tierra húmeda, a maderas secas y a animales escondidos. Pasamos lagos y bosques hasta que de repente el ambiente se tiñó de naranja y negro. Ahí estaban dos tigres, inmensos, imponentes. Levantándose con pereza. Fue inevitable sentir temor. Se acercaban a nosotros lenta y  pausadamente, pero firmes y determinados. Sus ojos amarillos se cruzaban con cada uno de los nuestros. Estábamos entregados. Llegaron a escasos cinco metros de nuestro vehículo. Nadie habló, sólo esperamos nuestro destino. Nos pasaron de largo, se alejaron. Juguetearon entre ellos. Nos entró la euforia. ¡Lo logramos! Somos pocos los que vivimos esta experiencia. Los tigres son escurridizos y también ellos nos tienen miedo. Regresamos triunfantes a disfrutar de nuestro hotel cinco estrellas en medio de la nada.
Para mi era la hora perfecta para la meditación y el yoga. Me había preparado antes de salir de viaje asistiendo a algunas clases de yoga y esta lugar me invitaba. Me reuní con otros dos personas y con el yogui.  La clase comenzó con las sílabas que se repiten incansablemente en toda Asia, OM, el principal de todos los mantras. Esta clase, y la del día siguiente me dejaron descubrir el verdadero yoga. Una práctica que sólo busca llegar a un estado de concentración total  donde la mente se disuelve y se libera de sus propios pensamientos. Poco importan las posiciones que asumimos como una especie de ejercicio light para mantenernos en forma, olvidando el verdadero sentido de ésta práctica milenaria.
Seguimos viajando, teníamos la sensación de haber llegado a este país hacía mucho, pero llevábamos sólo seis días y nos restaban otros seis más. Nuevamente Mohan y Sonny nos distrajeron con el programa del día dentro de nuestra casa que se muda cada dos días de ciudad. Esta vez fue música. Todo un repertorio de canciones folclóricas y rituales hindúes que llenaban el espíritu al escucharlas. Música relajante. 








JAIPUR

Estábamos distraídos cuando apareció Jaipur, esta ciudad teñida de colores rosados. La entrada fue soberbia. Nos dejó boquiabiertos.  Esa misma tarde visitamos el grandioso Palacio de Ámbar o el infierno de los elefantes ya que estas tristes bestias pasan su día subiendo y bajando turistas con pamelas, excesos de protector solar y lentes oscuros. Por momentos se me ocurrió que los karmas existen y que cada uno de ellos fue un ser humano que una vez despreció a estos animales y ahora lleva cientos de reencarnaciones hasta llegar al honorable elefante. Al bajar nos encontramos a una mujer hindú que se ofreció a hacernos dibujos con henna en las manos. Todas las mujeres aceptamos. El resultado de nuestro tatuaje fue perfecto. No quería que desapareciera, pero entendí que sólo sería parte de mi por quince días. 


No seríamos mujeres si no sucumbiéramos al mágico hechizo de las tiendas. Regresamos a casa con saris, telas para manteles, souvenirs y casi al final y aprovechando el descuido de los maridos que se distrajeron comprando tabacos tipo chimó, entramos en la joyería india por excelencia, The Gem Palace. Hay maravillas. Te ciega tanto oro y piedras preciosas y semi preciosas. Los indios son grandes vendedores. Te permiten probarte todo independientemente del precio de la joya. Más tarde una amiga joyera me contaría que no hay siquiera cámaras de seguridad en el lugar. Hoy me pregunto si lo que compré con un arduo trabajo de regateo y a cambio de un importante desembolso de rupias sería sólo el brillo de la más pura fantasía.
Esa noche una vez más, optamos por comer comida hindú. Habíamos aprendido a digerir mejor el picante, y comenzábamos a entender la combinación de éste con el yogur; además nos convertimos en amantes de la lentejas. El pan Nan nos enloqueció y por supuesto no perdonamos a un cordero cada noche. Lo comimos en todas sus preparaciones. Adquirimos cierto misticismo en el ritual de las comidas.



Nuevamente rodando, ya éramos parte de ésta árida tierra. Conocimos parte de sus costumbres. Nos conquistó su extraño humor.  Ese día escogimos la frase “horn please” como lema.
Nos habían explicado que el sonar la corneta era considerado un saludo cordial y hacerlo denotaba amistad y simpatía. Mohan se la pasaba con la mano sobre la corneta de nuestro autobús saludando a sus otros pares. 

UDAIPUR

Así llegamos a Udaipur. Ciudad al sur de Rajasthan que se levanta a orillas de lago Pichola.  Romántica, apacible, cálida. Nos sentamos en nuestro hotel con vista al lago y disfrutamos de un aperitivo a la tenue luz del atardecer. Tanta tranquilidad es difícil de describir. Nos quedamos todos mudos disfrutando del escandaloso silencio y después nos retiramos a nuestras habitaciones y cada uno de nosotros se convirtió en maharajá y maharani por una noche. Piscinas privadas y masajes completaron una noche de hedonismo total.



La mañana siguiente comenzó con discusiones. No todos querían visitar el templo de Ranakpur. Había escogido este lugar por ser un templo jainista, que es una derivación extrema del hinduismo. Es un templo puro, considerando que todo lo visitado había sido construido por los conquistadores: los emperadores mogoles. 
Nuevamente horas interminables de recorrido por una carretera sinuosa llena de precipicios a través de las colinas del Aravalli para llegar al remoto y pacífico valle donde fue construido el soberbio templo.  Ya a lo lejos se percibe como un lugar celestial pero cuando uno entra, dejando los zapatos entre muchos otros a las puertas del templo se da cuenta de que va más allá de los adjetivos. La sensación de bienestar, de armonía, de calma que se te impregna en la piel y se queda allí para siempre como tinta indeleble simboliza el agradecimiento de la diosa Adinath por rendirle homenaje con nuestra presencia. Pasamos horas merodeando por el templo entre las miles de columnas, cada una distinta a la otra, que sostienen sus labrados techos. El lugar llama a la reflexión, al rezo, a la entrega. Además el sol vespertino produce un juego de luces y sombras que atrapé con mi cámara y traje de vuelta a casa junto con la certeza de haberme deleitado con un lugar lleno de misticismo y divinidad. 







La mañana siguiente empezó con el triste momento de las despedidas. Dejamos atrás nuestra  casa y a dos de nuestros fieles protectores. Viajábamos a Delhi en avión.
En Delhi cambiamos de hotel, esta vez nos quedamos en el Imperial. Este hotel es como para Churchill, muy inglés. Nos encantó. Además a pocos minutos estaba el Jan Path, para hacer compras que nos faltaban, para llevarnos de todo a cambio de un pedazo de nuestro corazones que dejamos allí con esta gente.
Después de dos días más en la capital, tomamos el vuelo sobre los Himalayas afganos y una máquina prodigiosa en pocas horas nos puso en la ciudad luz, a la que llegamos con las maletas con exceso de recuerdos y la satisfacción de la tarea cumplida.
Delhi - Delhi Oberoi / Imperial
Agra - Amarvilas 
Ranthambore - Vanyavilas
Jaipur -  Taj Rambagh Palace
Udaipur - Udaivilas